Estamos más cansados físicamente: el ser humano necesita alternar ciclos de sueño reparador y profundo con ciclos de vigilia en los que debe realizar actividad física. Si trabajamos sentados, nuestro ciclo no está completo sin realizar ejercicio de cierta intensidad. Las actividades que más facilitan el sueño son las físicamente intensas, incluso a última hora si la persona está habituada a esta rutina. Aún así, la realización de ejercicio ligero mejora notablemente la calidad de nuestro descanso.
Se reduce el estrés: el estrés es una reacción que al ser humano primigenio le servía para permanecer alerta y huir, pero en la sociedad actual el estrés no se resuelve con acción física. Si nos vamos a dormir “fisiológicamente preparados para la acción”, es difícil que durmamos. El ejercicio físico es la solución para canalizar la energía producida durante el día y poder ir a la cama preparado para descansar y dormir.
El ejercicio físico previene apnea del sueño, ese estado en el cual nos quedamos sin aire durante unos pocos segundos mientras dormimos. Está relacionado con la obesidad pero de manera leve suele ocurrirle a más gente de la que creemos. Muchos no llegamos a despertarnos y no sabemos que sufrimos de esta dolencia, pero, aunque no nos demos cuenta, la calidad del sueño se ve directamente afectada por este corte de respiración. La actividad física mejora la respiración y es por esto que reduce esta problemática.
El ejercicio regular y moderado ayuda a mejorar el estado de ánimo y, por lo tanto, influye positivamente nuestro descanso nocturno.